
9:00 AM. Domingo. Me levanto sin tropezarme con la mesilla que tortura periódicamente mi rótula derecha. Es el lado natural hacia el que duermo. El izquierdo lo dejo libre para no condenar el corazón. Camino tentando al aire y abro la puerta que rechina por falta de aceite en la bisagra inferior. Miro hacia el agujero negro que queda a mis espaldas y veo a Magui meneando la cola, más por prevenir de su presencia que por muestras de sumisión. Sigue durmiendo ó lo que sea que hacen los perros cuando cierran los ojos, vuelven a abrirlos, vuelven a cerrarlos.
Me planto de pie delante de la taza del váter. No es buena idea. Me siento en el trono de los Pensamientos y descargo la mezcla de Santa Teresita y coca cola. Rugir de aguas y depósito vacío. No puedo sostener mucho tiempo mi imagen especular. Me inquieta el reflejo de algo desconocido más allá del iris. Necesito más horas de descanso.
Esta vez sí tropiezo con la silla donde sospecho he arrojado la camisa blanca y los vaqueros ajustados que casi de tan ajustados no soy capaz de quitarlos cuando llegué a casa hace apenas tres horas. – Te quedan como un guante – Me había comentado la dependienta regordeta de la tienda. – Como un guante de cirujano – Se me ocurrió decirle. Me callé y acepté las nuevas tendencias con la esperanza de mejorar mi puntuación en la clasificación de los mejores traseros treintañeros.
Esta vez Magui conserva su imagen de esfinge escarranchada, con la cabeza pegada al suelo frontalmente y las patas de atrás abiertas como para nadar a rana. Alza los ojos y me ofrece una mueca de resignación mezclada con aburrimiento. Me siento como un niño pequeño reprendido por su padre. Me tumbo sobre el costado derecho.
¿Eres tú el mensajero? He tenido que salir con mi familia precipitadamente de Roma después que hayan proclamado a Cayo Julio César Augusto Germánico. Gracias a que mi padre es legionario hemos huido buscando refugio en la construcción de la vía XVIII en Hispania Tarraconensis.
Soy el primero, pero muchos vendrán a iluminarte. Cada uno de nosotros somos poseedores de una parte de la información. Piezas de un puzle que sólo tú sabrás encajarlas. Te llevará algún tiempo. Sólo estás empezando a andar. No desesperes en el camino. En el conocimiento hallarás la verdad.
13:13 AM. Me despierto sobresaltado. No tengo claro qué es eso del garrafón, pero nunca me habían sentado tan mal las copas del sábado por la noche. Se mezclan las voces de Enrique Iglesias y Kurt Cobain. También alguien hablándome de luces. Me visto a la carrera y agarro la correa de Magui. Es el único movimiento necesario para iluminársele el letrero de salida a la calle. Arranco en busca de la claridad de un café muy cargado y un donut relleno de chocolate especialidad del Rantanplán.
Atravieso el arco del puente en dirección a la Plaza Mayor. Magui arrima el hocico en el primer cuadrado de setos recortados que custodian el centro de piedra con motivos arabescos de la plaza de As Burgas. Huele a domingo y a aguas medicinales. A la sombra de la última palmera se alzan la estructura de tres fuentes que hierven mágicamente. Esoterismo encerrado en la leyenda de un volcán sobre el que se asienta esta ciudad.
Tiro de Magui y subimos al nivel de una gran piscina y una más pequeña, en cuyo extremo más alejado se encuentra otra burga custodiada por dos efebos pináceos de ocho metros de altura. En el extremo más cercano un relieve de bronce por el alma de las ninfas. El siguiente nivel está cerrado por ser domingo, pero desde fuera se puede distinguir a la izquierda una fosa excavada al pie de un edificio de dos alturas con una balconada de aluminio blanco. En la zona de la derecha un gran mantel verde salpicado de pequeñas atalayas de granito vigila a los bañistas relajados del nivel inferior. Siguiendo por el sendero de piedra que atraviesa el jardín, más restos arqueológicos.
Subo por la calle de A Barreira hasta llegar a la plaza Mayor. Todavía queda una mesa libre en la terraza, justo al pie de la escalinata de la ahora barroca Santa María Nai. Mi rincón preferido para recuperar las heridas nocturnas. Cierro los ojos y me dejo arrastrar por los sonidos de la singular plaza inclinada.
- ¡Me gusta mucho tu jersey!- Escucho en la mesa a mi izquierda. Dos señoras muy arregladas charlan animadamente, mientras una tercera no levanta la vista del periódico.
- Lo compré hace cinco días. No llegó a veinte euros – Sonríe triunfal la piropeada.
- Es precioso – Continua la halagadora amiga. – Ese mismo jersey hace quince años no te hubiesen llegado sesenta euros.
- ¡Cómo se arreglarán para bajar tanto los precios!, ¿verdad, Rosa? – La interpelada levanta una ceja molesta porque le hayan interrumpido su lectura.
- Quizás porque se fabrique en algún sitio donde el coste de hora por trabajador sea la décima parte que aquí. Y si hay que ajustar un poco más, se contrata niños de 10 años que en vez de jugar con sus compañeros, rematan puños y cuellos en una mugrienta fábrica con suelos de tierra.
- Se llama liberalización del mercado – Contesta rápidamente la compañera – Y yo no voy a solucionar el problema porque deje de comprar la prenda.
- Se llama globalización, Manola, globalización. El mercado ya hace tiempo que está liberalizado en España. Y no te critico ni te juzgo. Sólo te pregunto: ¿cuánta gente conoces que estuviese trabajando en el textil y ahora está en el paro? De dos sueldos que entraban en casa, ahora uno ó ninguno. Gente que deja de gastar el dinero que antes tenía y ahora no tiene. Y ese dinero se movía por los comercios de la zona, que daban trabajo a otra gente, que ahora también está en el paro.
- Será también que antes querían ganar más dinero y ahora tienen que competir – Manola aprieta los dientes para mantener la compostura, pero sin perder una mueca parecida a una sonrisa.
- Ya se aprietan. O, ¿cómo crees que tu hija ganaba antes 1.200€ y ahora no llega a los 800€?
- No vamos a arreglar el país – Tercia la otra amiga – ¿Aquella que va con el cochecito no es Maruja? -Desliza con tono conciliador
Noto cierto mareo. Debiera de ser cansancio y falta de sueño.
Los campamentos no son el mejor sitio para criar a una hija de dos años, pero con el tiempo aprendí a disfrutar del entorno y a mimetizarme con las gentes bárbaras del lugar. Son grandes devotos del poder salutífero de las agua calientes. Hay una zona de manantiales, a unas 27 millas de donde estamos acampados, donde supuestamente se producen curaciones milagrosas por inmersión. Busca en ese lugar y encontrarás una piedra de base cuadrada única en toda la Hispania romana. Tiene un pie de alto, por un pie y un palmo de ancho. La distinguirás porque he grabado mi nombre. Coge la segunda, quinta, novena, vigésimo tercera y trigésima y formarás la primera clave.
Giro la cabeza a derecha y a izquierda sorprendido. No hay nadie. Se me mueven los pies al compás de las manos nerviosas. Magui no da signos de alarma. - Mañana tengo que llamar para pedir cita en el médico (Continuará)
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